El piano suena...
y sobre la arena
se contonean
las ramas de las palmeras.
Tras el oscuro cristal
que han elegido mis pupilas,
no es el ayer
el que me espera ahora,
sino la brisa,
la pista
que sigue
cada una de las teclas.
Bajo mi pecho crecido
por este sabroso aire,
me espera
la claridad del agua,
la tranquila inquietud
que ya no anhelo,
pues está
en cada una de las notas
que dibujan mi vuelo.
El piano suena
y tras la cristalera
las ramas de las palmeras
se contonean.
Tras el oscuro cristal
que ha contraído mis pupilas,
más que el sentimiento
de una balada,
navegan los sones del Caribe,
de una ilusión
que me hipnotiza,
de unas ideas
que ahora sí,
son luz
y el son de la vida.
Suena...
el piano suena
y tras los cristales,
las ramas
han gastado su fuerza;
o quizás
ya se han parado,
se han rendido
a los sonidos de las cuerdas.
Y mientras suena,
sobre el mullido sillón
deslizan sus colores
emociones arcoiris
que se quedan
a este lado del cristal;
como alocadas olas
bajo las alas
que revolotean
en el espacio
que han encontrado
sobre mí;
en su lugar,
en este mar
de armonía.
Suena...
suena el piano,
y a este lado de los cristales,
nada triste,
nada oscuro,
sino un paisaje
que del arco iris
ha tomado burbujas
que componen
una partitura multicolor.
Suena...
y sobre la arena
la paleta de colores
que maneja
diez dedos
repartidos
en ochenta y ocho
teclas.
Suena...
y sobre el banco de madera,
las palabras de una paleta
que maneja
la mina del poeta.
en ochenta y ocho
teclas.
Suena...
y sobre el banco de madera,
las palabras de una paleta
que maneja
la mina del poeta.
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